viernes, 20 de febrero de 2009

RECO VECO

RECO VECO
Una mirada al costal de la memoria desde la ventana de lo incierto.


En honor a la verdad yo no lo creé. Caminaba en medio de la blanquecina eternidad cuando quise abrir la ventana de lo incierto para inspirarme, y entonces le contemplé en la medida que me permitió verle, excepcional sin duda alguna, un deleite y un horror, amo y esclavo.

Lo vi parado al final de una calle larga y estrecha, que parecía cerrarse ante él y ahogarlo, pero él seguía avanzando con el paso de sus dos manos mientras sus ojos palpaban experiencias ajenas y seleccionaba cada una en categorías distintas.

Depositaba las experiencias de otros en un costal que llamaba memoria, y con sus ojos (cada uno de los dos con cinco calludas retinas) aceptaba o rechazaba experiencias.

Sus manos ya estaban cansadas de andar, ambas poseían un centenar de ampollas duras donde antes hubo piel, y andaban descalzas por el áspero asfalto, deseando encontrar un par de guantes con fina suela.

Así pasó toda una noche, hasta que decidió sentarse a descansar. A contemplar las sabidurías de su rostro con el tacto que le permitían sus ojos y recordaba cuando su piel era lisa y joven, cuando no poseía ni una sola sabiduría que resquebrajara su rostro. Y es que tan exhausto estaba de esas sabias arrugas, que decidió dedicarse a recoger las experiencias que los otros arrojaban a la calle, y que tomaban la forma de envolturas, sobras y desperdicios. Y con su memoria a cuestas cargaba tales recuerdos desde antes que el tiempo se llamara tiempo.

No era mucho lo que tenía a favor; una ciudad de luces de neón que lo señalaba y marginaba, una ciudad fría y lejana, llena de un gris metalizado y fortalezas de miseria; una ciudad oscurecida por el reflejo incandescente de un sol efímero.

Entonces no tuvo más remedio que escapar a aquella calle desierta, llena de cosas que otros despreciaron, de elucubraciones y ficciones llamadas realidad.

Agotado se encontraba, enfermo se encontraba, sediento se encontraba. Y decidió sacar de su memoria una libreta vieja y sucia, y una pluma casi seca. Con ella escribió todo aquello que veía con sus dos estómagos, y lo que veía era hambre porque nada más había visto en mucho tiempo.
Quiso pensar qué escribir, pero al ver que sus estómagos no le permitían claridad y enfoque, decidió utilizar unas razones de gran aumento y gruesa lente (razones que extrajo de la misma memoria que llevaba a cuestas).

Comenzó con un nombre, que no comprendí en principio, pero decidió designarlo para poder crearlo. Luego le otorgó una hoja, y a su ojo izquierdo (al cual llamó mano) le entregó una pluma. Se exaltó al ver su creación, y decidió descargar sobre ella todos sus temores a enfrentar su propio destino, porque necesitaba una excusa para dejar de recorrerlo; y lo llenó de un poder ilimitado sobre las decisiones de su creador, pues éste ya no quería elegir solo qué experiencias reciclar. Y le concedió una ventana por donde mirar a su creador, convencido de estarle dando un camino, y su memoria fue amarrada por una cuerda que llamó frustración, y decidió abrirla sólo cuando su creación lo concediera.

Entonces miró por la ventana de la libreta y lo llamó Usted, y yo le respondí desde el otro lado, admirado y horrorizado del poder que me había dado sobre él.